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LA SENDA DEL ALQUIMISTA
 

Mientras discurría el paisaje me venia al pensamiento otro camino iniciatico de un joven pastor andaluz que abandona un trabajo que ama por un sueño, un tesoro lejano. Al llegar a el se da cuenta que el objetivo le ha vivido en el camino, con sus experiencias, sus alegrías, sus tristezas, sus amistades. Hoy realizamos la senda del alquimista, buscando la felicidad a través del camino que nos marco Ernes creando lazos y amistades inexpugnables.

En Manzanares nos esperaba un gratificante desayuno que nos reconforta acompañado de las palabras que empiezan a fluir con las primeras horas de luz. Proseguimos a Cantochino donde nos reunimos con el resto de amigos de Ernes. Han venido la mayoría, salvo los que por causas de fuerza mayor se han tenido que ausentar. Nos saludamos con euforia estamos deseando coger el camino. Nuestros pies queman y quieren llevarnos a la cima de Las Torres, el pico más alto de La Pedriza, el tesoro de Ernesto.

Aunque hemos traído dos cámaras de video ninguna de ellas funciona, las nuevas tecnologías no nos acompañan hoy, quizá sea señal de que el camino debe hacerse sin modernidades, con lo básico en un encuentro en igualdad con la montaña. Cargamos muchas barras de pan, queso, chorizo y algún que otro frontal para la bajada y enfilamos el sendero. El camino es muy conocido, tantas veces pateado que no podemos contarlas pero hoy parece distinto, el aire te llega a los pulmones y te hace hablar sin parar. Las distancias se acortan, agolpándose las palabras entre todos los miembros de la cordada. Conversaciones, risas…nuestros pies vuelan y en 2 horas estamos divisando toda la Pedriza coronada por el Yelmo. Recordamos el Pájaro y el amor de Ernes por esa piedra, las horas pasadas en sus paredes…
El camino se angosta y hay que tomárselo con calma pero alcanzaos el collado en 1 hora mas, deteniéndonos para observar una vez mas esta maravilla. Hay que felicitar a los veteranos, el padre de Ernes, y Arturo que han subido sin una sola queja, admirando y recreándose en el bosque y las setas (Hay boletus del tamaño de un brazo…). Ladeamos la vertiente norte de las Torres para acercarnos hasta su entrada para ascender. Aquí encontramos el único punto conflictivo de la marcha, puesto que hay una pequeña trepada. Todo el mundo la supera aunque haga falta algún que otro pequeño empujón….

Hemos llegado, nos ilumina el circo de la Pedriza, al que dominamos por un momento con la mirada e intentamos abarcar con los brazos, aunque todos sabemos que la roca es indomable. Nos juntamos en la cima y en un momento nos acercamos al lugar donde residirá el tesoro que hemos traído con nosotros: el buzón de Ernes. Lo instalamos en 5 minutos con Juanjo como maese albañil. Es perfecto. Por el día brilla invitándote a escribir algo en su libro cuidadosamente encuadernado, y por la noche reposará y reflexionará todo lo que se ha escrito durante el día. Todos dedicamos un momento a plasmar una idea, un pensamiento, un sentimiento en la bitácora del buzón. Respetamos el silencio de todos pero a la vez alegres, dichosos como niños jugando. Renovados por la amistad.

Compartimos todas las viandas sin dilación, pues son las tres de la tarde y el estomago no perdona. La conversación y las fotos no faltan. Volamos por un momento con Ernes sobre la cima, sobre la Pedriza, sobre el mundo para ver lo que hemos ganado, lo que podemos sentir y lo que podemos hacer. Un verdadero placer.

La bajada discurre con más cansancio acumulado pero en un ambiente entrañable, de viejos camaradas que han andado kilómetros juntos sin necesidad de hablar porque las miradas lo dicen todo.

Al llegar a Cantocochino ya con el frontal instalado en la frente nos abrazamos y decidimos zanjar el día con una cerveza y una anécdota.

Las despedidas son cortas, cada uno vuelve a su casa pero todos sabemos que hemos quedado unidos por la intensa alquimia de este día.

Gracias Ernes.